¿Qué Significa Estar
“EN CRISTO”?
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La parte del hombre =FE (Gálatas 3:26)
La parte de Dios =BAUTISMO (Gálatas 3:27). Cuando fui
salvo,
Dios me bautizó (me sumergió) en
Jesucristo.
Este bautismo no es el bautismo en
agua. Es un bautismo real que sucedió en el
momento en que fui salvo, cuando Dios me
sumergió o me puso en Su Hijo, IDENTIFICÁNDOME así con Cristo. Esta es mi
POSICIÓN y mi CONDICIÓN.
EN CRISTO….
Yo soy una nueva criatura (2 Co.5:17; cf. Gá.5:6; 6:15; Ef.2:10).
Yo soy un santo (1 Co. 1:2).
Yo soy parte de Su Iglesia (Ef. 2:21-22).
Yo soy templo del Espíritu de Dios (Ef.2:22).
Yo estoy en el eterno plan de Dios (Ef.1:4; 2 Ti.1:9).
Yo estoy completo y lleno de la plenitud de Cristo (Col. 2:9,
y comparar con Col.1:19).
Yo he sido enriquecido (1 Co. 1:5).
Yo he sido aceptado, porque el favor de Dios ha sido derramado sobre mí
(Ef.1:6).
Yo soy luz (Ef.5:8)
Yo estoy seguro en el amor de Dios (Rom.8:38-39).
Yo estoy confirmado, arraigado y sobreedificado (2 Co.1:21; Col.2:7).
Yo he sido circuncidado interiormente (Col. 2:11).
Yo estoy cerca del corazón de Dios (Ef.2:13).
MI
RESPONSABILIDAD EN VISTA DE ESTOS HECHOS:
Por fe tengo que
reconocer que es así. Tengo que verme como Dios me ve.
EN CRISTO….
Tengo toda bendición espiritual (Efesios 1:3)
Tengo vida eterna, una relación eterna con Dios
(1 Jn 5:11; 1 Co.15:22 y Rom.6:23).
Tengo una gloriosa salvación (2 Ti.2:10)
Tengo una preciosa herencia (Ef. 1:4; cf.1
Pedro 1:4, Rom.8:17).
Tengo un futuro glorioso (Efesios 1:4-5).
Tengo una posición celestial—sentado con ÉL
(Ef.2:6).
Tengo un llamamiento supremo (Fil. 3:14).
Tengo la esperanza de la gloria eterna (1 Pedro
5:10).
Tengo la justicia perfecta de Dios (2 Co.5:21;
1 Co.1:30; 6:11).
Tengo santificación o santidad (1 Co.1:2; 1:30;
6:11).
Tengo la sabiduría de Dios (1 Co.1:30; cf.
Col.2:3 y 1 Co.2:16).
Tengo redención o libertad de la esclavitud
(Ef.1:7; Col.1:14; Rom.3:24; 1 Co.1:30).
Tengo seguridad (Rom.8:1)
Tengo total perdón (Ef.1:7; Col.1:14; 1
Co.6:11—“lavados”).
MI
RESPONSABILIDAD EN VISTA DE ESTOS HECHOS:
Por fe tengo que
poseer mis posesiones y disfrutar mis riquezas.
EN CRISTO…
Yo ando y vivo (Col.2:6).
Estoy firme y seguro (Fil.4:1).
Tengo una victoria constante (2 Co.2:14).
Soy fructífero (1 Co.15:58; Ef.2:10).
Todo lo puedo (Fil. 4:13).
Puedo acercarme a Dios (Efesios 2:13,18).
Tengo todo lo que necesito (Fil.4:19).
Puedo regocijarme siempre (Fil.4:4; 1 Pedro
1:8).
Tengo una esperanza purificadora (1 Juan 3:3).
Soy fuerte (2 Ti.2:1; Ef.6:10).
Soy fiel (Efesios 1:1).
Tengo fe y amor (1 Ti.1:14).
Puedo ser maduro (Col.1:28).
MI
RESPONSABILIDAD EN VISTA DE ESTAS COSAS:
Vivir y andar por fe
(Colosenses 2:6).
“EN CRISTO”
[de Truth for Believers (Verdad para Creyentes)
Vol.II, pp.29-36]
J.A.Trench
(De los primeros Hermanos de Plymouth)
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Al buscar la luz de las Escrituras en cuanto al
significado de la expresión “en Cristo”, es importante tener en mente que el
punto de partida del cristianismo es Cristo ocupando, como hombre, un nuevo
lugar en las alturas, por haber realizado la obra de la redención. “En Cristo”
señala este lugar como el de todo aquel que cree a Dios gracias al valor de la
obra por la cual Cristo ha tomado Su lugar en las alturas. En vista de esa obra
ÉL ha ganado, en justicia, el derecho de sentar a cada creyente en Su lugar, en
vida, justicia y en total aceptación ante Dios. En Cristo se encuentra la nueva
esencia de la vida cristiana, tal como se posee en ÉL. Es una vida que nunca
antes había existido, en un Hombre resucitado, quedando en el pasado todo
asunto de pecado y muerte, el juicio de Dios y el poder de Satanás. Expresa
también la justicia en la que está el creyente: “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él” (2 Corintios 5:21). Nuestra aceptación no es diferente, pues es “para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”
(Efesios 1:6). Y en una frase que lo incluye todo (Col.2:10), estamos en ÉL —
“completos en ÉL” –quien, como el Hombre exaltado en lo alto, está por sobre
todo principado y potestad. Además, aprendemos del Señor en Juan 14:20 que, cuando
viniera el Espíritu, sería el privilegio del creyente saber que Cristo está en
el Padre y nosotros en ÉL y ÉL en nosotros. Pero hay dos maneras en que esta
nueva y maravillosa posición del cristiano es presentada en la Biblia.
Primero, como ya hemos visto, de manera
objetiva; es decir, como nos es revelado mediante la fe, en toda su perfección,
en el Cristo resucitado y glorificado. Luego en los tratos de Dios con
nosotros, para que entremos subjetivamente a esta posición; es decir, para que
lleguemos a estar conscientes de todas las bendiciones de la posición en Cristo
ante Dios. Para un estudio profundamente interesante de estos caminos de Dios
con nosotros, nos volvemos a la epístola a los Romanos, donde se encuentran los
grandes fundamentos de la verdad de cómo Dios, por la gracia que reina para
justicia, puede elevar a un pobre pecador a un parentesco con ÉL Mismo. Nuestra
posición en Cristo se muestra plenamente recién en el capítulo 8:1: “Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo.” Mucho se ha dicho
en la epístola para llegar a tal declaración—mucho, que ha sido necesario para
que nuestras almas accedan a ello con inteligencia. “Ninguna condenación” no
expresa solamente que estoy justificado, sino que, por estar en Cristo, es imposible que sea condenado.
Ninguna ola de juicio pudo alcanzar a Noé, encerrado en el arca por el Señor.
La condenación tendría que alcanzar primero a Cristo en el lugar de Su gloria,
antes de que pueda alcanzar a los que están en ÉL. Volvamos pues a delinear lo
que ha llevado al creyente a esa posición, libres para mirar a Cristo y saber
que la posición de Cristo es la única medida de la nuestra. Toda la primera
parte de la epístola ha tratado con nuestros pecados y cómo Dios ha resuelto
nuestro caso en relación a ellos. Esto ha sido por el doble aspecto de la obra
de Cristo: como la propiciación por medio de la fe en Su sangre, poniendo la
base para que Dios sea justo al justificar a cualquier pecador impío que cree
en Jesús (Rom. 3:25), y como sustituto de todos los que han creído; porque “ÉL
fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación” (Rom.4:25). De modo que en cuanto confiamos en el testimonio de
Dios respecto a estos hechos realizados por la obra de Cristo, tenemos paz para
con Dios por medio de ÉL (Rom.5:1), y recibimos el Espíritu Santo, por cuyo
poder hemos entrado a nuestra posición cristiana y la disfrutamos. Pero antes
de estar en condición de entrar y disfrutar, hay un asunto más profundo que
nuestros pecados, que tiene que ser enfrentado y resuelto para con Dios, a
saber, el problema del pecado. Esto se aborda en Rom 5:12 y es el tema de los
capítulos 6 y 7. “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el
pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron.” Solo después de caer en pecado, Adán llegó a ser la cabeza de la raza
humana, involucrando así a toda la raza
en su ruina. De él heredamos una carne caída y corrupta e incapaz de hacer el
bien. Esta es la raíz que ha producido todo el mal en nuestra vida. La solemne
verdad de esto, de nuestra condición natural, Dios la muestra a cada uno en Sus
tratos con nosotros, para que experimentemos la real liberación de ese estado,
tal como tuvimos que ser convencidos de nuestros pecados para conocer el perdón
y la paz. El proceso es doloroso y humillante, como se nos aclara en el
capítulo 7; pero es necesario, para quebrantar la voluntad de la carne, que nos
demos cuenta de su incorregible maldad y de nuestra total impotencia ante ella.
Tarde o temprano, ya sea antes de conocer el perdón o después, todos tenemos
que pasar por esta experiencia de aprender lo que es la carne en nosotros, para
entrar en nuestra posición en Cristo y en la libertad que fluye de allí. El hecho
de la lucha interior es la prueba de que hay una naturaleza que hemos recibido
de Dios por el nuevo nacimiento. Solo por eso puede alguien decir, “Porque
según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Rom. 7:22). Esto fue
el comienzo de la obra divina en nuestras almas. La convicción de pecados es
una evidencia segura de ello. Y cuando los recién nacidos descansaron en el
testimonio de Dios en cuanto a la obra acabada de Cristo, fueron plenamente
justificados y recibieron el Espíritu para que morara en ellos.
La epístola a los Efesios arroja abundante luz
sobre la posición en Cristo desde el punto de vista de los eternos consejos de
Dios.
Pero hay otro aspecto que tenemos que entender
en cuanto al lugar y estado en el cual nos encontramos ahora y de cómo ha sido
tratado, para que podamos aprehender lo que es estar en Cristo de acuerdo con
ese maravilloso plan divino. Me refiero a nuestra conexión con la raza caída
del primer hombre y la necesidad de una transferencia hacia un hombre
completamente nuevo en Cristo.
En la epístola a los Romanos aprendimos que no
solo nuestros pecados han sido tratados en la cruz de Cristo, sino que también
la raíz que los produce, la carne en nosotros que proviene del Adán caído, ha
sido condenada en la muerte del Hijo de Dios. Pero la verdad aún va más allá, y
la epístola a los Colosenses nos lleva al final del hombre natural, al único
que se le pueden aplicar estos principios en la carne. De modo que, aunque hay
puntos de contacto con la verdad de Romanos, va más allá de esa epístola, que,
si se discierne espiritualmente, aclara el camino para entender lo que tenemos
delante de nosotros, comprender la total revelación positiva de “en Cristo” en
Efesios.
¿Pero cómo hemos de acercarnos a la maravillosa
revelación de lo que Dios tenía en Su corazón para nosotros desde la eternidad?
Aunque el tema es sencillo, por cuanto es totalmente una cuestión de Dios
actuando por Sí Mismo para llevar a cabo lo que había concebido para Su propia
gloria en Cristo, la inmensidad de las bendiciones que están ante nosotros
están más allá de toda imaginación. Adoración es la verdadera actitud del alma
cuando recibimos tales anuncios; tal como el Apóstol busca consuelo, por decirlo
así, en la grandeza de la revelación que llena sus pensamientos. No podemos
sino ocupar con fe sencilla el lugar que nos ha sido dado, tal como el hijo
pródigo en la fiesta del Padre, con corazones reverentes ante el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, y bendecir a Quien “nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo.” Ninguna bendición ha sido
retenida. En Cristo nos ha sido dada
toda bendición, de la más rica índole, en los lugares celestiales. No es
sorprendente que el corazón del Apóstol esté rebosante cuando enumera por orden
las bendiciones.
Nada puede ser más importante ahora para apropiarnos de estas bendiciones que tratar
de captar el punto de vista por el cual nos son presentadas. Efesios 1:4,
“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo.” Observemos que somos
llevados al pasado, antes de que comenzara la historia del hombre; incluso
antes de que los fundamentos del mundo, que Dios aún tenía que habilitar para
Su habitación, fueran colocados; antes de que el tiempo comenzara; para saber
cual era la elección de Dios en la eternidad. No había aún actividad, sino que
ÉL simplemente eligió, como convenía de acuerdo a Su propia naturaleza. Cuán
sorprendente es leer en las siguientes palabras que somos “nosotros, en ÉL” los
que somos vistos en la perfección de Cristo “santos y sin mancha delante de él
en amor.”
El tiempo no es tomado en cuenta. Pero si era
en Cristo que Dios nos tenía ante Él en la eternidad, fue cuando Cristo estuvo
aquí en la tierra que se manifestó cual era la elección de Dios. Así en Mateo
3:16-17, los cielos fueron abiertos para ÉL y la voz del Padre proclamó “este
es mi Hijo amado en quien tengo contentamiento”. Al contemplarle allí, ¿no era
santo y sin mancha y en amor, el apreciado objeto de la delicia del Padre, ante
Su propia mirada? Para ser eso, hemos sido escogidos en ÉL.
Pero junto con esta posición en Cristo ante
Dios, nos viene a la mente la pregunta de cuál sería el vínculo que estaría de
acuerdo con el corazón de Dios para aquellos que fueron escogidos para estar en
ÉL. Porque, como observamos en todo este pasaje, lo que Dios se propone no es
sólo para nuestro beneficio, sino también para Su propia satisfacción. Esto lo
realza infinitamente. Y ahora encontramos los propósitos de Dios en acción.
“Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo.” Si a Dios le hubiese placido ponernos en la posición de ángeles,
cuán maravilloso nos habría parecido. Pero no eran esos Sus pensamientos. Los ángeles
elegidos, aunque exceden en poder y siempre hacen Su voluntad, no son más que
espíritus ministradores (es decir, siervos), y nunca podrían ser otra cosa.
Pero la voluntad de Dios era que Su casa se llenara del clamor “Abba, Padre.”
De modo que la filiación había de ser nuestro bendito vínculo “con ÉL”--nótese
la parte más preciosa del versículo—“según el puro afecto de su voluntad.” Este
vínculo también se manifestó en Cristo en toda la bienaventuranza del Hijo con
el Padre, como hemos oído por la palabra “Este es mi Hijo amado.”
Sin embargo hay más, para lo cual estamos ahora
en alguna medida preparados, cuando oímos de algo que ha de ser “para alabanza
de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6), es decir, la total revelación de Su
gracia.
Esto consiste en que ÉL nos “ha favorecido
(porque la palabra dice nada menos que eso) en el Amado.” La frase repetida a
menudo “en Cristo” en la epístola, en este versículo (v.6) es cambiada por
designio divino, para resaltar que tal como el Hijo Amado goza de todo el favor
en Su presencia, así también es nuestra posición. Somos amados en el Amado.
Estos versículos, en los que hemos estado
meditando, expresan cómo Dios nos vio en Cristo desde la eternidad, por el
designio de Su amor. Con todo, es de gran bendición que se reitera que en ÉL
también tenemos redención (v.7), porque esto provee la base justa para la
realización de los consejos. Constituye el vínculo entre los consejos de Dios y
nosotros, que estábamos en nuestros pecados, e incluye el perdón de ellos. Solo
que ahora no es la misma revelación de la gloria de Su gracia, como en nuestra
aceptación, sino que somos tratados según las riquezas de su gracia por la
pobreza de nuestra necesidad.
Pero todavía no ha sido dicho todo lo que hay
para nosotros según el propósito de Dios. Debía haber una herencia digna de ese
llamado –“ÉL os ha llamado” (v.18). Se trata de que ÉL nos da a conocer el
misterio de Su voluntad, según Su beneplácito, el cual se había propuesto en sí
mismo; es decir, que cuando la dispensación de los tiempos se cumpliera, ÉL
reuniría todas las cosas en Cristo, las que están en los cielos como las que
están en la tierra. Ahora encontramos que hemos sido hechos herederos de toda
la herencia de gloria, habiendo sido predestinados a ello “conforme al
propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad.”
Qué pensamientos de amor divino e infinito son
estos, que nos son comunicados para que entremos en ellos con fe sencilla.
Porque si los v. 4-6 nos hablan de Su llamamiento a todo lo que está tan
infinitamente sobre a nosotros, los v. 9-11, añaden nuestra herencia en toda
esa escena de gloria que estará bajo nosotros, todo hecho nuestro en Cristo.
Hay una cosa más que es necesaria para
completar la gloriosa posición del cristiano, que también nos capacita para
darnos cuenta de ella: es el ser sellado con el Espíritu Santo (v.13-14). “Y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa
que es las arras de nuestra herencia.” Nuevamente podemos mirar hacia atrás y
ver su manifestación en Cristo cuando ÉL estuvo aquí, y el Espíritu de Dios
descendió como paloma y permaneció sobre ÉL. Es solo en ÉL y según la salvación
que ÉL llevó a cabo para nosotros, que en el momento en que creímos las buenas
nuevas recibimos el Espíritu Santo, y hemos sido así sellados para Dios, y ÉL
es la garantía de todo lo que está ante nosotros en la gloria de la herencia,
cuando la redención haya sido aplicada con poder.
Que este breve estudio, aunque parcial y
defectuoso, de lo que se nos ha impartido con la expresión “en Cristo” sea
usado para animar nuestros corazones a buscar entrar en toda la plenitud de la
bendición que nos ha sido dada para disfrutarla por fe y por el poder del
Espíritu Santo.